El vilipendiado Espadín

 

El término espadín hace referencia a una espada de hoja muy estrecha de origen francés muy de moda a finales del siglo XVII, transformándose al siglo siguiente en arma blanca más común de la aristocracia europea. Su etimología en español proviene del sustantivo «espada» y del sufijo diminutivo «ín». Los diminutivos no cambian el significado de la palabra de la cual deriva, pero reducen el tamaño del objeto al que se refieren. En inglés se la conoce como small sword (espada pequeña).

Su linaje desciende directamente de la espada ropera, por lo cual muchos de los espadines más antiguos (y sobre todo de origen español) pueden identificarse hojas modificadas de ropera. Alrededor de 1630 – 1640 las espadas del viejo mundo comenzaron a transformarse: las hojas se fueron acortando a la vez que se simplificaban las empuñaduras. Pasada la mitad del siglo XVII, la ropera perdió popularidad y su lugar lo ocupó otra espada, más rápida y ligera. Esto no ocurrió de un día para el otro, existiendo muchas formas transicionales. Sin embargo, el recién nacido espadín alcanzó gran notoriedad en Francia y, dado que Francia en esos tiempos había reemplazado a Italia y a España en lo concerniente a establecer tendencias, el nuevo estilo de espada se difundió rápido haciéndose muy popular… salvo en España, dónde por lo general los espadines eran vistos como un objeto destinado a “actos de corte y besamanos” y seguirían aferrados a la Ropera hasta finales del próximo siglo.

Preguntarse si es mejor el espadín que la ropera y por eso la reemplazó es caer en un error grosero. No son espadas equiparables y en su momento respondieron a distintas necesidades. Es como tratar de comparar una pelota de básquet con una de futbol para determinar cuál es la mejor. Cada una de las espadas anteriores y las que les sucedieron fueron forjadas y adaptadas para propósitos específicos en escenarios delimitados por asuntos como la vestimenta, el uso civil o la actividad social de los usuarios. Algunos autores mencionan que la ropera, cómoda de ceñir y utilizar en los días del jubón y las calzas, no se llevaba muy bien con el traje a la francesa de casaca y chupa (justaucorps y veste en francés). La voluminosa ropera tan popular en las décadas de 1640 y 1650, con esta nueva indumentaria se había convertido en elemento casi antisocial, "una molestia infernal para los transeúntes" según autores de la época.

Esta evolución del traje y las espadas que vestían los hombres en tiempos de Felipe IV y Carlos II reflejaba solo una pequeña parte de la decadencia del modelo político y cultural español frente al modelo francés. La resistencia española a cambiar roperas por espadines en realidad era la natural –y comprensible- oposición al viraje de una hegemonía política, cultural y social por otra. La cuestión es que en no más de tres décadas la ropera pasó a ser un arma anticuada.

Retornando al espadín, al comienzo montaban versiones acortadas de hojas de ropera, pero alrededor de 1680 surgieron nuevos diseños, destacándose una hoja impensada para una espada hasta ese momento. No tenía bordes filosos y su sección era triangular o en “V” con tres mesas cóncavas y una punta aguda y filosa destinada a resolver el combate por medio de la estocada, percibida por ese entonces como uno de los golpes letales “más civilizados”, suficiente para resolver el duelo con una sola herida (mortal), sin la necesidad de cercenar o mutilar, cosa que no estaba para nada bien vista en esa cultura.

Comparadas con el más de un metro de las longitudes de la ropera, estas hojas eran mucho más cortas. En su tratado de 1686, el maestro francés André Wernesson de Liancour escribió: “la hoja del espadín nunca debería tener más noventa centímetros, siendo lo más recomendable setenta y seis”. La guarnición también sufrió cambios. La cazoleta de ropera se aplanó y simplificó a una sola valva en a menudo en forma de “8”, aunque luego se diversificó en los más diversos formatos. Algunos espaderos hacen mención que algunos ejemplares recuerda una tsuba japonesa, no solo por el formato sino por la ornamentación. El arco guardamano, continuó presente, pero en el transcurso del siglo XVIII los arriaces se redujeron hasta casi desaparecer. Las patillas, también se atrofiaron hasta estar solo insinuadas o ausentes, imposibilitando empuñar la espada introduciendo los dedos dentro (como gustaban de hacer los españoles). Hay que mencionar en este punto una rama se apartó de esta evolución hacia 1680, con una sección notablemente más ancha en el “forte” (tercio fuerte), destinada a fortalecer las paradas de armas más robustas como por ejemplo el golpe de un sable y tirar hacia atrás el punto de balance brindando un gran velocidad de respuesta a una estrechísima y aguda punta. Son las colichemarde.

El puño del espadín habitualmente era de madera alambrada con entorchados de plata, pero también podía ser de bronce, plata, marfil, ónix, cornalina y aún de porcelana de Saxe. Terminaba rematado en un pomo conectado al final del guardamano. La construcción de la guarnición pasó de ser forjada en hierro a ser fundida por cera perdida en plata, alpaca u oro. En los modelos más lujosos incorporaron perlas, piedras preciosas, esmaltes y nácar.

La época dorada

Durante el siglo XVII los duelos de espadas eran habituales en París y en muchas otras ciudades francesas. Si bien la moda pronto se difundió al resto de Europa, documentos contemporáneos coinciden que Francia vivió una auténtica epidemia de duelos. A veces podían ser el resultado de un encuentro accidental (en francés se denominaba rencontre) y tenían lugar sin mayor preparación, pero lo usual era que los duelos se ajustaran a un estricto protocolo o etiqueta. Como lugar de combate solía elegirse algún punto en las afueras de la ciudad, a resguardo de las autoridades. El Pré-aux-Clercs de París fue uno de los terrenos preferidos, pero también podían tener lugar dentro del casco urbano y a plena luz del día. Los espadines tomaron la posta de las roperas convirtiéndose en los protagonistas de estos encuentros, en los que se rechazaban las armas de fuego contrarias al ideal de valentía propio de los aristócratas de ese entonces. Lo habitual era entrar al duelo «en camisa», dejando el torso expuesto a la espada del rival. Quedaba prohibido, por lo tanto, usar armaduras, aunque existen crónicas de duelistas fulleros que la intentaron llevar oculta bajo la camisa y fueron sorprendidos por los testigos del contrincante. Un palmo de acero de espadín en el tórax o abdomen, en pleno siglo XVII era suficiente para finalizar el combate y posiblemente llevar -de la mano de una infección- al malogrado contendiente al otro mundo. 

Asalto de esgrima entre Mademoiselle La Chevaliere D'Eon De Beaumont y Monsieur De Saint George (1787). Madeimoselle Beaumont durante un tiempo se ganó la vida realizando espectáculos de esgrima (y cobrando las apuestas), disciplina en la mostró gran destreza en su juventud, pero fue herida en 1796 y tuvo que abandonar la actividad. Chevalier d'Éon o Mademoiselle Beaumont fue un enigmático espía, diplomático y militar francés al servicio de Luis XV, que se destacó por sus misiones de inteligencia, pero especialmente se lo recuerda por el enigma que constituyó su verdadero sexo.

En otro orden de cosas, la esgrima acompañó la evolución del arma. La longitud más corta de la hoja permitió habilitó nuevas las técnicas, antes imposibles por el peso y la longitud de la ropera, lo que brindó al esgrimista más velocidad y control sobre la hoja frente a un oponente con el torso cubierto únicamente por una camisa de vestir. La manera de sostener la espada cambió con la simplificación de las guarniciones, la forma española de introducir los dedos entre las patillas o bigotes para apresar y dirigir la hoja desde el recazo ya no era posible. El agarre cambió. El cuerpo de la empuñadura, esquemáticamente un simple cilindro alargado, descansa sobre el dedo índice en flexión y es sujetado con firmeza por el pulgar en oposición a la segunda falange del índice, en una presa bidigital pulpolateral. Los dedos restantes se cierran suavemente contra la empuñadura sin aferrarla con fuerza. Esta es esencialmente la misma prensión que se usa hoy en día en el deporte de la esgrima cuando se utiliza la llamada empuñadura francesa. Técnicamente se llama prensión global oblicua, «direccional» con pulgar en oposición. Es una prensión muy fina y precisa que permite ejecutar movimientos sutiles, rápidos, certeros y por sobre todo es una prensión adaptada a la estocada y a un “a fondo” casi quirúrgico.

Decadencia

En el transcurso del siglo XVII al XVIII el espadín se convirtió en un símbolo, una declaración sociocultural que su portador era un caballero o al menos tenía la pretensión de serlo. Se incluyó entonces por gracia real o como obligación inherente a su estado en el atuendo de los títulos, nobles, diplomáticos, gobernantes, caballeros donceles, ciudadanos honrados, burgueses de Perpiñán, plebeyos con buen pasar económico, gentes de alcurnia, cortesanos y palaciegos. Obvio, los militares no quisieron quedar afuera, así que mientras la tropa se equipada con mosquetes y bayonetas, los jefes y oficiales de los principales ejércitos del mundo incorporaron el espadín, buscando otorgar a sus uniformes las mencionadas reminiscencias del atuendo civil. Entretanto, los militares más conservadores miraban los espadines con desagrado (“pincho inofensivo”, “espada de golilla” fueron algunos de los apelativos más frecuentes, sobre todo en las líneas españolas), mientras otros gastaban ingentes sumas de dinero en lujosos modelos finamente guarnecidos. No tardaron en aparecer ordenanzas con la intención de regular el lujo de “adornos” tan impropios de la profesión. Estas ordenanzas en las armadas y ejércitos de las naciones modelaron nuevas generaciones de espadines, cada vez más alejados de ser un arma y más cercanos a ser una insignia. Como toda moda, la usanza de batirse en duelo decayó a la vez que también comenzaron a utilizarse pistolas para tan peliagudo menester. Ya para finales del siglo XVIII inicios del XIX, el espadín pasa definitivamente a convertirse en un símbolo de rango militar impensado de desenvainar o esgrimir en público y en el ámbito civil la moda de andar por la calle ciñendo una espada pasó a ser algo perteneciente al pasado.

Existió una breve rama del espadín que se convirtió en las llamadas espadas de duelo (duel swords en inglés). En las postrimerías del siglo XIX, cuando la esgrima en occidente se había convertido en un deporte seguro y recreativo, tuvo lugar un resurgimiento menguado de resolver cuestiones de honor por medio de un duelo de espadas. Se utilizaba en esas ocasiones una versión deportivizada del espadín primigenio. Se vendían de a pares en caja, no para ceñir, aunque venían con sus correspondientes vainas. Más livianas, con hojas más largas (hasta 120 centímetros) y guarnición de cazoleta acolchada en su interior con terciopelo. Políticos, periodistas y abogados fueron los usuarios que con mayor frecuencia encontraban una excusa para "batirse en duelo" en el parque utilizando estas espadas para producir en la gran mayoría de los casos heridas leves en torso y antebrazos. Según algunos autores, llevando a cabo en una farsa o menos incruento remedo de los mortales duelos de la época de oro del espadín. La espada de duelo evolucionó finalmente a la espada que en el día de hoy se emplea en dicho deporte olímpico.

Espadas de duelo


Duelo con espadas en el siglo XX. El último duelo en Argentina fue en noviembre del año 1968.

El Cajón de Sastre de los espadines

Según el Diccionario de la lengua española “cajón de sastre” es la expresión precisa para referirse de manera coloquial, a un conjunto de cosas diversas y desordenadas agrupadas bajo una única denominación, al igual que los botones, tizas, agujas, hilos y dedales que comparten el mismo cajón debajo de la mesa de trabajo del sastre. La denominación espadín, con la desaparición de los duelos y avanzada ya su decadencia y sobre todo a causa de coleccionistas, anticuarios, oplotecólogos e historiadores se convirtió en un verdadero cajón de sastre, donde se agrupan filos decadentes e inofensivos del siglo XVIII al XIX a saber: espadas de ceñir, las espadas de logias, los espadines de golilla, las espadas de corte, espadas isabelinas, los espadines militares, de ceñir, las llamadas pillow swords, dress sword y un largo etcétera plagado de términos de coleccionistas. O sea, es necesario aclarar que fuera de contexto, el término espadín es una denominación muy vaga e imprecisa, que puede estar haciendo referencia al menos a una docena de armas blancas diferentes. Muchas veces se utiliza la denominación “espadín Dieciochesco”, para tratar de acotarlo cronológicamente a ese siglo y tener una idea más fehaciente de cuál de todos se trata.

Nomenclatura y algunos detalles técnicos y morfológicos del espadín

El espadín mientras se mantuvo en el ámbito civil, creció sin ningún tipo de ordenanza militar que lo regule. Fue modelándose y adquiriendo características propias de acuerdo a la demanda, experiencias y preferencias de sus usuarios, los comerciantes minoristas y fabricantes. Inicialmente Francia dictaba las tendencias de la moda, mas luego, la cultura de cada nación actualizó los espadines a su gusto. Sin embargo, algunas clasificaciones pueden hacerse.

Según espadólogos españoles cabe establecer dos tipos generales de espadines basando su diferencia en el hecho de contar o no con recazo. Y de los que tienen recazo también hay dos tipos: los llamados “primitivos” y “evolucionados” o de manera más simple, con recazo expuesto o recazo cubierto. Hasta finales del siglo XVIII dominan la escena los espadines con recazo, y a inicios del XIX, la empuñadura se simplifica aún más y comienzan a ponerse en boga los carentes de recazo.

Espadines “con recazo primitivo”

Los espadines con recazo primitivos o descubierto en su mayoría son de manufactura española y poseen esta parte de la hoja a la vista, permitiendo gracias a la longitud del recazo y sus patillas más grandes sujetarlo “a la española” o sea con los dedos (índice y mayor por dentro de las patillas). Obviamente, muchos autores hispanos agregan que son espadines que poseen mejor ergonomía a la hora de empuñarlos.

Espadines “con recazo evolucionado”

En cambio, los espadines con recazo evolucionados o recazo cubierto, el recazo de la hoja está revestido por las piezas de la guarnición, oculto en un manguito que puede ser calado o no, incluido entre las piezas de la guarnición. Éstos espadines se generalizaron a finales del siglo XVIII

Guarniciones

Las guarniciones tienen nombres que tratan de describir morfológicamente el formato y si bien no existía una rigurosa clasificación, se podrían agrupar en: de taza, de conchas, de barquilla, de barquilla con vela, de coquilla y plancha ovalada.

Final con algo de reivindicación

Según muchos autores el espadín es una de las armas blancas más ignoradas, incomprendidas y subestimadas de la historia. Mirada con despecho por los cultores de la ropera y desdibujada por la cantidad de rubros que quisieron portar una espada-símbolo-atributo a su medida en el siglo XIX. La imagen de un arma blanca pequeña, refinada, cargada de gemas y embellecimientos en contraste con los recios y varoniles sables militares o las luengas y viriles roperas, ubicaron erróneamente al espadín Dieciochesco  en una categoría de “joyas masculinas” o complemento de la indumentaria palaciega, cuando no un mero accesorio del uniforme, tildando peyorativamente a sus usuarios de “afrancesados”, algo así como la imagen de Tim Roth interpretando al refinado pero mortífero villano Archibald Cunningham en la película Rob Roy.

No obstante, al igual que ese personaje, los espadines en los escenarios de un duelo fueron letales, desarrollando un movimiento exclusivo en las escuelas de esgrima que hoy en día se trata, sobre todo en Europa de rescatar y recrear a partir de los antiguos tratados, algo así como una ingeniería inversa de la esgrima olímpica.

 Así y todo, el espadín Dieciochesco tiene el honor de ser la última espada portada por civiles en occidente. La última de una larga estirpe respetada por todos aquellos hombres que se consideraron libres, orgullosos y dignos de ceñir una espada y caminar con ella por las calles.

Espadines de Forja Fontenla

Espadín clásico siglo XVIII 

De recazo cubierto. Patillas cortas, arco guardamano completo, cazoleta de “coquille” y galluelos terminados en esferilla. Hoja recta, a tres mesas con filos a ambos lados. Pomo esférico con perilla en su cima. Puño de madera alambrado con torzal de alpaca y plata.






Otros espadines clásicos siglo XVIII 

Par de espadines de duelo, con hojas forjadas en acero 9260 y guarniciones al estilo de 1760 provistas por Jacobs Armoury (https://www.jacobsarmoury.com/) de Joel Mason. El puño es de madera alambrado con torzal de alpaca y plata. Agradecemos también a K Scott Hurst su colaboración en la investigación previa necesaria para realizar estas piezas.










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